Inauguración 31 de marzo, 19 hs
Cierre 30 de abril
Lugar Perón 3432
5411 nace como un grupo de discusión. Seis artistas comienzan a reunirse en un viejo taller del barrio de abasto para intercambiar ideas acerca de los proyectos de cada uno. La afinidad entre ellos no se establece a partir de la “obra”, de lo producido, sino en la concepción acerca de los modos del hacer. Del hacer arte como una práctica que involucra indisolublemente el pensamiento y el diálogo crítico.
La segunda afinidad fundamental surge en medio de la experiencia. El taller donde se encuentran había servido para la fabricación de repuestos de camiones. Una pesada cortina metálica lo separa de la calle. Un montacargas conecta la planta baja con un sótano plagado de recuerdos industriales. Por todos lados se ven, y se sienten, los restos de una atmósfera anterior. De a poco, los proyectos van perdiendo abstracción y comienzan a situarse en su propio contexto de emergencia. Es allí donde surge como proyecto colectivo la ocupación artística de un espacio específico.
Sofía Quirno transforma la pintura en una invasión. En la pintura mural la pared generalmente oficia como traslación del plano frontal del caballete. Aquí, la materia pictórica invade el espacio sin límites precisos, con la anarquía de una mancha de humedad que no sabe donde termina el muro y empieza el piso, donde una puerta separa el interior y el exterior de la casa. Al revés de la pintura ilusionista, en su obra las escalas y los códigos varían constantemente. Podemos entrar, literalmente, en ella, y, desde cada punto de vista, el juego que se arma es diferente.
María Marta Fasoli interpreta, en cambio, el espacio, a través de una metáfora. La fotografía nos trae el recuerdo de otro lugar, arrasado por el fuego. En medio de los restos aún humeantes, un árbol de navidad volcado da a la escena un toque de final dramático. Sin embargo, la perspectiva utilizada minimiza el realismo del registro sugiriendo en el espectador la sensación de un artificio teatral. En el desplazamiento de un espacio a otro, lo “verdadero” se vuelve ficcional.
Lisa Giménez también trabaja metafóricamente el paralelo entre el espacio dado y un espacio otro, pero esta vez se trata del territorio inmaterial y subjetivo de la memoria. A diferencia de la gracia divina, el amor es una luz caprichosa. Nadie ignora que un objeto cualquiera, uno más en una cadena infinita de objetos grises, puede adquirir de pronto la nitidez de una joya única. Entre los objetos heredados de su padre hay una estantería idéntica a las que quedaron en el sótano del taller. Quién sabe si este lazo en apariencia casual no posee un sentido cuya lógica ignoramos.
Al menos esta parecería ser la lectura de Marcelo Zitelli, que hurga entre los restos de la casa como un detective en busca de historias perdidas. Su obra es una suerte de evento teatral que rescata el aquí y ahora de una experiencia específica. El “escenario” fue dibujado siguiendo el rastro de marcas preexistentes. El sonido es también una amplificación de movimiento real de las cañerías que bajan al subsuelo. En los mecanismos de Zitelli hay algo infantil, porque el artista, en vez de idear mentalmente un discurso, sospecha, como los niños y los detectives, que la historia más interesante está allí, oculta, frente a nuestros ojos.
La obra de Rocío Coppola es la única que enlaza, como el viejo ascensor, los dos niveles de la casa. Sólo que, en el tránsito, la percepción atraviesa una metamorfosis. Pasamos de una vista de taller industrial a una cueva de misteriosa vegetación colgante; de una bovina de material sin forma, a una escultura. La asociación entre las apariencias de la naturaleza y el amor por los elementos que se acumulan en garages, depósitos y ferreterías ha sido constante en la obra de Coppola: aquí encuentra su lugar ideal.
También el trabajo de Mariángeles Blanco conecta el mundo de la naturaleza, simbolizado en el agua, con la vida artificial de la ciudad. El contrapunto temático es común, lo distintivo es que la artista traslada ese diálogo de opuestos a los procedimientos. La tecnología del video es puesta al servicio de una imitación especular del río de la Plata. Unas semiesferas, fabricadas en plástico, están llenas con agua de ese mismo río y reproducen la sensación real de las burbujas que se forman en la superficie. A veces esta fusión entre la naturaleza y el entorno humano adquiere tonos oníricos, como en la fotografía circular que “sumerge” al ascensor en una doble profundidad, espacial y narrativa.
5411 es lo local visto desde afuera. Mostrar esta experiencia a otros implica asumir el desafío de que no todos los matices de un proceso, que excede a la mera producción de objetos artísticos, puedan resultar comunicables.
Valeria González, Universidad de Buenos Aires
Cierre 30 de abril
Lugar Perón 3432
5411 nace como un grupo de discusión. Seis artistas comienzan a reunirse en un viejo taller del barrio de abasto para intercambiar ideas acerca de los proyectos de cada uno. La afinidad entre ellos no se establece a partir de la “obra”, de lo producido, sino en la concepción acerca de los modos del hacer. Del hacer arte como una práctica que involucra indisolublemente el pensamiento y el diálogo crítico.
La segunda afinidad fundamental surge en medio de la experiencia. El taller donde se encuentran había servido para la fabricación de repuestos de camiones. Una pesada cortina metálica lo separa de la calle. Un montacargas conecta la planta baja con un sótano plagado de recuerdos industriales. Por todos lados se ven, y se sienten, los restos de una atmósfera anterior. De a poco, los proyectos van perdiendo abstracción y comienzan a situarse en su propio contexto de emergencia. Es allí donde surge como proyecto colectivo la ocupación artística de un espacio específico.
Sofía Quirno transforma la pintura en una invasión. En la pintura mural la pared generalmente oficia como traslación del plano frontal del caballete. Aquí, la materia pictórica invade el espacio sin límites precisos, con la anarquía de una mancha de humedad que no sabe donde termina el muro y empieza el piso, donde una puerta separa el interior y el exterior de la casa. Al revés de la pintura ilusionista, en su obra las escalas y los códigos varían constantemente. Podemos entrar, literalmente, en ella, y, desde cada punto de vista, el juego que se arma es diferente.
María Marta Fasoli interpreta, en cambio, el espacio, a través de una metáfora. La fotografía nos trae el recuerdo de otro lugar, arrasado por el fuego. En medio de los restos aún humeantes, un árbol de navidad volcado da a la escena un toque de final dramático. Sin embargo, la perspectiva utilizada minimiza el realismo del registro sugiriendo en el espectador la sensación de un artificio teatral. En el desplazamiento de un espacio a otro, lo “verdadero” se vuelve ficcional.
Lisa Giménez también trabaja metafóricamente el paralelo entre el espacio dado y un espacio otro, pero esta vez se trata del territorio inmaterial y subjetivo de la memoria. A diferencia de la gracia divina, el amor es una luz caprichosa. Nadie ignora que un objeto cualquiera, uno más en una cadena infinita de objetos grises, puede adquirir de pronto la nitidez de una joya única. Entre los objetos heredados de su padre hay una estantería idéntica a las que quedaron en el sótano del taller. Quién sabe si este lazo en apariencia casual no posee un sentido cuya lógica ignoramos.
Al menos esta parecería ser la lectura de Marcelo Zitelli, que hurga entre los restos de la casa como un detective en busca de historias perdidas. Su obra es una suerte de evento teatral que rescata el aquí y ahora de una experiencia específica. El “escenario” fue dibujado siguiendo el rastro de marcas preexistentes. El sonido es también una amplificación de movimiento real de las cañerías que bajan al subsuelo. En los mecanismos de Zitelli hay algo infantil, porque el artista, en vez de idear mentalmente un discurso, sospecha, como los niños y los detectives, que la historia más interesante está allí, oculta, frente a nuestros ojos.
La obra de Rocío Coppola es la única que enlaza, como el viejo ascensor, los dos niveles de la casa. Sólo que, en el tránsito, la percepción atraviesa una metamorfosis. Pasamos de una vista de taller industrial a una cueva de misteriosa vegetación colgante; de una bovina de material sin forma, a una escultura. La asociación entre las apariencias de la naturaleza y el amor por los elementos que se acumulan en garages, depósitos y ferreterías ha sido constante en la obra de Coppola: aquí encuentra su lugar ideal.
También el trabajo de Mariángeles Blanco conecta el mundo de la naturaleza, simbolizado en el agua, con la vida artificial de la ciudad. El contrapunto temático es común, lo distintivo es que la artista traslada ese diálogo de opuestos a los procedimientos. La tecnología del video es puesta al servicio de una imitación especular del río de la Plata. Unas semiesferas, fabricadas en plástico, están llenas con agua de ese mismo río y reproducen la sensación real de las burbujas que se forman en la superficie. A veces esta fusión entre la naturaleza y el entorno humano adquiere tonos oníricos, como en la fotografía circular que “sumerge” al ascensor en una doble profundidad, espacial y narrativa.
5411 es lo local visto desde afuera. Mostrar esta experiencia a otros implica asumir el desafío de que no todos los matices de un proceso, que excede a la mera producción de objetos artísticos, puedan resultar comunicables.
Valeria González, Universidad de Buenos Aires
MONTAJEEE Y OBRAS
Rocío Copola
(instalación)
(instalación)

Sofi Quirno
(pintura)
Mariangeles Blanco
(video instalación y fotografía)

Marcelo Zitelli
(instalación)



Lisa Gimenez
( fotografía y video)

Maria Marta Fasoli
(fotografía y acuarelas)
Recorrido por el espacio
Entrada - primer piso
Plata baja
Nosotros en la muestra
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